lunes, 23 de diciembre de 2013

Abismos.

   
    Interpretación de una obra de Pablo Claudio Wegmann:


         Creo que mi alma se está cubriendo de redes de pensamientos. Creo que me hundo y me escondo en mis propios recuerdos y desato la ira de la ingravidez. Esa en la que todo gira en torno a ti hasta que me mareo. Esa en que todo gira hasta que no te veo. Creo que la caída libre dentro de mí puede ser peligrosa, le tengo miedo. No quiero entrar por si acaso,

por si acaso tiemblo.

         Creo en mis agujeros negros. Esos que consumen mis energías para seguir creyendo y para poder salir. Hay algo dentro de mí que se está ahogando, jadeando por algo que no volverá. Que falta. Son mis sombras, son el bucle en el camino que ya no ando. Algo fuerte me está atrapando, entre los miedos y el ayer. Entre el toser mentiras y llorar anhelos.

         Creo en mis arenas movedizas. En el volver a intentarlo. Intentar salir teniendo de agarre la nada, el aire, teniendo por cuerda tu vacío. Y entonces es cuando me coso. Me coso entero de arriba abajo, callando lo que quiero y lo que pienso. Callando lo que nunca te he dicho. Hasta que mis propias costuras no me dejen salir de mí, ni de ti, ni de nada. Hasta que no pueda moverme.

         Solo yo he podido soñar escaleras desde el centro de mi convulsión. Solo yo he soñado la escapada de mi adentro para salir huyendo. Solo yo he construido cada escalón encima de tu recuerdo. Solo yo he pintado la subida a mis afueras cuando no puedo abrir mi capullo desde dentro. Hoy quería volar, pero me has tachado hasta para eso.

Y entonces es cuando me coso.

Me pinto.

Me escribo.

Me dibujo.

Me siento.

Hoy no era yo, ni eras tú; era la línea que comenzaba en ti, que me ha perseguido, me ha conquistado, me ha recreado, me ha vuelto loco, me ha hecho débil, me ha dejado ciego, me ha atrapado… y terminaba en mí.

¿Por qué no te llevaste esa línea contigo? ¿Por qué me dejaste los abismos?

Tengo la fuerza para conseguir que mis grietas, sean las que enreden lo que pienso. Y no lo dejen salir.

Callando, con tiempo.

Por Main Stanich. (Dedicado a Pablo, que ha parado el movimiento :))







domingo, 1 de diciembre de 2013

Mientras dormías…

Mientras dormías, yo despertaba una y otra vez de los mismos sueños.
Mientras dormías, he ido y he vuelto.
Mientras dormías, he resuelto tres ecuaciones mentales y todas daban de resultado cero.
Mientras dormías, he leído uno a uno mis secretos.
Mientras dormías, he vuelto a ellos para vivirlos, y olvidarlos cuando despiertes.
Mientras dormías, me han entrado las angustias, los recuerdos, y he huido.
Mientras dormías, he imaginado otra vida. He vivido en otro sueño.
Mientras dormías, he corrido, he viajado y he observado.
Mientras dormías, he pensado. En la soledad del tiempo.
Mientras dormías, he querido callar el cerebro para que deje de hacerlo. Pero ahí estaba.
Mientras dormías, me han llevado los pensamientos. He crecido entre paredes y la lámpara del techo.
Mientras dormías, he escapado a otro universo.
Mientras dormías, he pisado algún lugar sin ti y sin nuestros recuerdos.
Mientras dormías, me he arrepentido
                                           de haberme ido tan lejos.
Mientras dormías, he ido y he vuelto.
Mientras dormías, te he echado de menos.
Mientras dormías, te he mirado. Te he admirado y te he esperado.
Mientras dormías, te he recordado y no he querido volver a salir huyendo.
Mientras dormías, he querido quedarme.
Mientras dormías. Te he estado queriendo.

Y seguiré ahí para que mi risa, sea lo primero que veas por las mañanas. Y no mis miedos.

Por Main Stanich.



domingo, 24 de noviembre de 2013

El gallinero.

    Mis pies hoy han dudado pisarlo. Antes de hacerlo lo he pensado largo rato. Entrar o no entrar. Tu realidad me duele. Tu realidad está ahí, y tantas veces no quiero recordarla.

                                                     El Gallinero.



    La primera vez que te vi correr hacia mí me enamoré. No me habías visto nunca, no te conocía, y aun así corriste y saltaste a mis brazos, en busca de mi cariño y de mi aceptación.

    He visto tu realidad, tan distinta a la mía. Hoy sonreías. Hoy y mañana. ¿Por qué a mí aún me cuesta bajo mi edredón y en mis calcetines, y tú sonríes en la frialdad de la vida?

                          Entonces, ¿dónde me perdí yo?

    Tus ojos me recuerdan que tengo que olvidar. Que tengo que olvidar que existen las preocupaciones y los móviles y volver a jugar con la tierra y con las esperanzas. Volver a ser niño como tú para aprender a ser adulto. Volver a descalzarme para entender el concepto de suela y de zapato. Quitarme los abrigos y sentir el frío, para entender el anhelo del calor y quién y qué lo producen.

    La primera vez que te vi correr hacia mí me enamoré. A veces eres el niño más callado y a veces un nervio con patas. A veces eres agresivo, a veces autista, a veces tienes miedo, a veces te escondes y otras no paras de hablarme. A veces subes, a veces bajas, a veces te pierdes. Pero en todas ellas puedo leerte. Puedo leer todo lo que luchas cada día y lo que vas a hacerlo cuando crezcas. Porque va a ser difícil, pero no imposible.

La primera vez que te vi correr hacia mí me enamoré. Me enamoré de tus ganas de abrazar y confiar en desconocidos. De confiar en mí. De enseñarme la mayor sonrisa del mundo y las mayores ganas de vivir. De enseñarme a bailar, a jugar y sobre todo a querer sin reparos, sin prejuicios y sin carcasas.

   Fuiste mi hijo, mi hermano pequeño y mi profesor, por un día. Yo solo supe ser la grúa o el caballo que te mecía de un lado a otro, mientras mis ojos asimilaban. Asimilaban tu sonrisa, tu vida, tu alegría. Tú me entiendes a mí antes de que yo te entienda.

    Te llevé de la mano. O no. Me llevaste tú de la mano enseñándome tu mundo,
¡que es el mío! Y lo peor es que sigo creyéndome lo de que son distintos.

   Esta sociedad está tan equivocada. Nos hace creer que nosotros somos el principio y vosotros sois el final. El principio del progreso, de la inteligencia, de la burocracia;  y vosotros el final del género. Cuando seas mayor demuéstrale al mundo que sois el principio, el principio de la cooperación, del desarrollo, de la ‘humanidad’ de la humanidad, del creer, del hacerse grande siendo tan pequeño, del luchar, del conseguir,… de la humildad…tantas cosas que en esta sociedad hace mucho que son el fin…

             Y sobre todo grita al mundo que no existe un VOSOTROS…solo hay un NOSOTROS.


    Que es mi mismo suelo y tu mismo suelo, que tenemos derecho a la misma agua y que todavía pagamos lo mismo por respirar el mismo aire.

    No quiero que haya un abismo entre mi percepción y tu percepción del mundo, no quiero que haya dos mundos solo porque lo percibamos distinto. No quiero que haya dos mundos. No quiero desestimarte por ser yo mayor y tú pequeño, no quiero apartarte de nuestro mundo ni demoler tantos hogares con familias teniendo tantas casas sin ellas.
                                                                                                                                               No quiero demoler vidas.

Que no fue tu elección, pero sé cuál puede ser la mía.

    Hoy quería llevarte conmigo. Pero ¿cómo me atrevo? ¿Sacarte del lugar donde nacen las sonrisas gratuitas por llevarte al lugar de las necesidades?

Deberías adoptarme.

    ¿Sabes por qué? Mi horizonte lo han marcado mis rascacielos de vidrio y mi contaminación. Lo han marcado mis equivocaciones y mis gastos, lo han marcado mis ganas de tener y de atesorar.
Tu horizonte lo han marcado mis desechos, mi basura, y mis sobras. Lo que sobra.
Pero en esta vida, todo lo material se puede reciclar y ninguna persona sobra.
Yo no creo en las sobras.

    La primera vez que te vi correr hacia mí me enamoré. Creo que es curioso el primer momento en el que la inocencia choca con la culpa. Y la sana. A veces voy allí creyendo que puedo hacer algo por el mundo… gracias a Dios que el mundo puede hacer algo por mí.

    La primera vez que te vi correr hacia mí me enamoré. Gracias por ayudarme. Gracias por darme un calor que no es físico, y enseñarme que tenía que cambiar de zapatos para poder seguir andando. Gracias por el casco de obra mental, y por bañarme en alegrías. Por recordarme que por mucho que yo me lave por fuera, puedo seguir sintiéndome sucia. Por demostrarme que no importa el juguete, sino con quién juegas. Y sobre todo que el dinero a mí me dará más…pero a ti nunca te hará ser menos.


                            Porque aquí siempre tendremos paredes, pero tú,
 siempre tendrás familia.


Por Main Stanich.

Os dejo una canción genial de MARWAN que sabe SENTIR mejor que yo.






y un vídeo de un gran chaval, sobre el gallinero.









jueves, 21 de noviembre de 2013

¿Cómo aman los hombres?:


Yo me enamoro de lejos. Tú de cerca.
Creo que me enamoro solo una vez, en realidad me enamoro todas y cada una de ellas.
El problema es que nunca lo acepto. Tampoco me lo pregunto.
Yo te conquisto el primer mes. Tú a mí a partir de entonces.
Corro, lucho, pierdo y gano. Si hace falta me pego por conseguirte.
Si no te escribo, me avasallas. Si te avasallo, me evitas.
Tú me hablas de mañana. Yo solo entiendo HOY.
Te tengo subida en el pedestal más grande del mundo en el que eres mi princesa.
El problema es que no me supone ningún esfuerzo bajarte de ahí.
A ti te cuesta subirme, tú nunca crees que sea ‘el perfecto’. Yo siempre creo que ‘me vales’.
Una vez al mes, eres mi suegra.
Yo duermo mientras tú vives.
Crees que las cosas importantes no me afectan. Dame tiempo.
Estás loca de remate. Me encantas.
Sobre nosotros, yo no dudo. Nunca dudo.
Tú siempre me perdonas. Yo nunca creo que hagas nada mal.
Tú siempre quieres que quedemos con amigos. Yo solo quiero estar contigo.
Si ves un problema, lo obvio y dejo que se te pase.
Yo no me hago preguntas.
Cuando me dices te quiero, esperas que conteste. La verdad es que estoy reaccionando.
Aunque nunca lo diga, yo siempre haré que lo sepas.

Por Main Stanich



sábado, 12 de octubre de 2013

Botellazos mentales.

    A veces pienso que me va a explotar la cabeza, que las cosas se van a salir de mí. A veces pienso que los regalos son demasiado grandes y mis manos demasiado pequeñas. Que no puedo pensarte porque ya no pienso. Que no puedo creerte porque ya no creo. Que no puedo esperarte porque ya no espero…

    Y entonces es cuando el tapón de botella que hay en lo alto de mi cabeza, sale corriendo. Entonces se marchan las presiones, los agobios y el salir huyendo. Entran el agua, el vino y las cervezas.

   A veces pienso que las cosas pueden ser distintas.

   Que hay gente que se dedica a ponerse tapones cerebrales, y gente que nació para descorcharnos. Hay gente que se ahoga en un vaso de agua, y gente que simplemente, sabe nadar. Nadar es luchar. 

   Luchar es ganar. Luchar SIEMPRE es ganar.

   Hay veces que nos escribimos a nosotros mismos y nos encerramos para que nadie nos lea. Para que nadie vea nuestro interior, nadie sea capaz de entendernos y comprendernos. Tenemos miedo a que lo hagan. No me mires, no me leas, no me creas, no me toques, no me sientas,… Tenemos miedo a que nos vean. Lo que no sabemos es que somos transparentes. Por muy duros que intentemos hacernos, por muy opacos que creamos vernos,  por muy fuertes y resistentes; somos transparentes. Se ve lo que ocultamos y se lee lo que pensamos. Porque cuanto más duros seamos, mas fácil es rompernos en pedazos.

    He dejado mi cuerpo de cristal flotar en otras aguas. Ver que le depara el mañana y balancearse en busca de quien quiera encontrarme o caer en otras playas que tengan nuevos sueños.
Eres quien sabe encontrarme. Hazlo, ven a buscarme. Yo solo floto. Flotar, hay veces que ya me parece demasiado.

   Hay dos tipos de personas. Las que se tiran al mar huyendo y las que se tiran al mar buscando.

Pero las dos se tiran al mar.

Están ahí. Estamos todos.

Sácame de mí.

Por Main Stanich.



sábado, 28 de septiembre de 2013

Mentiras.

Elaboras los recuerdos
que componen nuestras vidas;
aunque olvidaste hace tiempo,
que aunque las cosas se ahoguen,
Hay que buscarle salidas. 

Respondes a preguntas
que no guardan coherencia
y no sabes que las dudas
que abastecen mi persona,
se preguntan con demencia. 

No tengo un alma escondida,
soy todo un puro reflejo
de lo que dicen mis ojos,
aunque creas que mantengo,
un alquiler a lo cierto. 

Las verdades se tatúan
en las pieles de los viejos,
que cuanto te haces mayor
y más mentiras has vivido
menos quieres oír cuentos.

Mírame y dime que miento.

He ahorrado pensamientos
comprando mil cremalleras,
que cierran bocas a estúpidos
que han abiertos los cajones
dejándolas salir fuera. 

Las mentiras se han envuelto
como latas de conservas,
y las tengo bien guardas
con tus problemas y dudas,
muy al fondo, en la despensa. 


Vete a otra con recursos.
Vete a otra con sentimientos,
que he guardado el chiringuito
de excusas, razones, dudas,
y en el que vendo tus miedos.

Mírame y dime que miento.

Por Main Stanich.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Comprende...

Si cuando me miras, no estás nunca atento, es que no comprendes.
No comprendes que da igual de lo que hables,
te voy a escuchar siempre. 
No comprendes que da igual dónde estés, 
te encontraré.
No comprendes que no quiero verte triste,
y haré cualquier cualquier cosa para evitarlo.
No comprendes que no hay tiempo, 
si no quieres creer en él.
No comprendes que los miedos no destruyen,
te maduran.
No comprendes que no hay juegos, 
solo los dados y el azar.
No comprendes que esperes o no esperes, 
siempre nos va a tocar "dar".
No comprendes que no espero nada. 
No comprendes que no importa cuánto tiempo quieras estar conmigo, 
sino que quieras estar.
No comprendes que si lloro no es por ti, 
ahora es por mí.
No comprendes que no se sufre, 
cuando se ha sufrido.
No comprendes que no te espero, 
me buscas.
No comprendes que no quiero quererte, 
solo busco hacerlo.
No comprendes que las palabras se las lleva el viento, 
y al viento la gravedad.
No comprendes que no quiero un "ya", 
quiero un "puede".
No comprendes que los "yas" ya los he vivido, 
los demás los experimento.
No comprendes que no hay silla, 
cuando no hay asiento...

Por Main Stanich.

miércoles, 17 de abril de 2013

Camino al infierno



Para Erik:

Toda la vida maldiciendo. Destruyendo en vez de construyendo. Toda una vida mirando a la gente bajo el manto helado de la hipocresía. Toda la vida sintiendo el hielo. La frialdad de los sentimientos, de las emociones.
Todo lo había hecho la falta de tacto, de respirar la vida; la falta de querer sentir el mundo, y las ganas de absorber las ilusiones de los demás.
Lo habían curtido las experiencias, los llantos y las amarguras. Lo habían tallado las notas que no recordaba al piano. Las veces que lo regañaron por ello habían aumentado sus ansias de soledad. Y ahora era él. Un hombre solo al piano.
Era difícil recordar su vida porque tantas veces había hecho acallar su conciencia que recordarlo no era su mayor ejercicio. La maldad que guardaban sus ojos, la frialdad que se escondía en sus manos y la nota final que nunca llegaba a poder tocar porque siempre se equivocaba. Siempre sucumbía en esa nota. Entonces volvía a empezar.
Olía a soledad, a viejo, a sucio. Olía a muerte. Pero mientras todo a su alrededor parecía que moría poco a poco, había algo que nacía en el mismo instante. Esa melodía.
Todo comenzaba por un pequeño “La” que le recordaba a su infancia. Sus hermanos pequeños corrían a su alrededor y jugaban. Todo empezó en un “La” causado por el desenfreno de ver a sus hermanos besar a su madre.
Envidia.
Y así fue como sus ojos mostraron la mirada que no escondía nada de su interior. No escondía su maldad; y quizá si la hubiera escondido, ellos no hubieran gritado. Y quizá si no hubieran gritado, él no les hubiera arrebatado su inocencia. No les hubiera arrebatado su albedrío. No les hubiera hecho callar.
Los dedos se deslizaban por el piano en una escala más grave y su mano izquierda acompañaba con tormentosos acordes. Siguió tocando mientras el viento entraba fuertemente dentro de la sala y movía las grandes cortinas que llegaban de suelo a techo, que eran de tal grosor que no dejaban entrar la luz. Esos ojos que una vez miraron envueltos de envidia, ahora no eran capaz de volver a mirar la ternura del sol.
Quedó cegado. Cegado ante la vida, ante la verdad. Quedó cegado ante el camino que debía seguir y por eso marchó en otra dirección; siguiendo solo las notas agudas del piano.
Cuando tocaba las notas más punzantes pero hermosas, cerraba los ojos y se sumía en la oscuridad.
La oscuridad era su mayor arma, su mayor fuerza. Había crecido en la oscuridad como un ave que aprende a vivir en su jaula. Y se enamora de ella. Como un prisionero que conoce el exterior, y no quiere salir; porque ama su prisión.
Amaba la oscuridad en la que vivía. No era capaz de comprender que la oscuridad se alimentaba de su mal, se alimentaba de él.
Las notas recaían lentamente en una balsa movida al son de un compás lento. La lentitud trajo a su mente imágenes de su adolescencia, de los comienzos de su autismo y de su autodestrucción. No pudo, como muchos jóvenes, superar la cantidad de sentimientos nuevos que aturdían su cabeza a una velocidad más rápida que la de su asimilación.
Lo sabía. Se estaba convirtiendo en un monstruo. Sus ganas de vivir disminuyeron y su piel se tiñó de blanco, como la nada. Eso era lo que corría por sus venas. La nada, la indiferencia, el olvido.
El olvido.
Olvidó vivir. Simplemente se tumbó en su sofá y se olvidó de todo. De todo. Se olvidó de lo que era dormir: pero más importante, se olvidó de despertar.
Pereza.
Solo miraba. Miraba la oscuridad intentando conocerla. Intentando reconocerla, y reconocer en ella a su propio ser. Se buscaba a sí mismo, pero eso lo había dejado inválido, muerto y sin vida.
Un silencio largo en la melodía era lo que mejor expresaba su incapacidad de hacerse cargo de su propia existencia. Pesadez, la vagancia que lo había llevado al extremo de dejar de ser nada, ni nadie.
Retomó el sonido como si nunca antes hubiera tocado nada. Comenzó nuevamente como si esa parte de la canción hubiera superado esa parte de su vida. Pero como si igualmente la hubiera marcado.
Las paredes de la vivienda estaban marcadas por sus pensamientos nocturnos. Aunque él ya no conocía el día y la noche. Solo la noche. Vivía de noche y hacía que el día solo fuera un reflejo de lo que ocurría antes de amanecer.
Todo pensamiento era aprisionado en las paredes como lo estaba él a ése viejo caserón. Sus ideas eran marcadas con un rotulador que nunca averiguaba de dónde había sacado, puede que estuviera demasiado borracho en el momento de encontrarlo. Porque sí, bebía. Era un bebedor de esos que no entienden el propósito de su acción pero que igualmente intentan reemplazar toda idea de culpabilidad y todo aullido de su conciencia por melodías algo más alegres tocadas al piano.
Sonaba algo más alegre, notas con más ritmo, con más vida. La bebida lo dejaba en ese falso estado. En ese estado que parece sonsacar el único hilo de felicidad que acomoda su cabeza, aunque ni siquiera exista. Pero la bebida no era su único placer.
Gula.Su peso nunca había sido del todo un problema, y menos para tocar el piano. Pero sí era cierto que solía prepararse unos manjares mucho más suculentos de los que su bolsillo le permitía. Comía cuando quería; sí, pero siempre quería. Y siempre comía para saciar un hambre que nada ni nadie había sido capaz de saciar.
Comía como si su única intención fuera la de calmar su ansiedad. Comía continuamente porque había probado la soledad, la incertidumbre y el anhelo y nada había sido capaz de hacerle ver que hubiera una solución a su realidad. Comía para rellenarse; creen incluso que pudo llegar a comerse a alguna persona...para intentar ocupar en su estomago algún hueco de soledad que se producía en su corazón.
A veces la gente lo miraba y parecía entenderlo. Era un pozo que nunca podía rellenarse, que vivía condenado a los agujeros negros. ¡Cuántas personas están rellenas de agujeros negros que absorben todo lo que son capaces de sentir para acabar vacíos!
Sonaba un bucle en la melodía, un vacío propio; un segundo de silencio y de suspiro. Un agujero en la melodía. Un borrón en la partitura.
La gente había llegado a entender sus ansias de rellenarse, de buscar la felicidad en cosas banales y pasajeras, y en obtener cada vez más cosas con las que poder sentirse más acogido, más acompañado y más humano.
Avaricia.
Robaba cosas que no necesitaba solo para ocupar el espacio que en ese viejo caserón habían dejado la falta de cariño, de alegría y de familia. Esparcía todo tipo de objetos por la casa, para que no existieran los rincones. Repartía por todas las mesas para que no hubiera huecos y no existiera el lugar donde pudiera esconderse nada. Ni siquiera él mismo. Tanto había sido así que la casa estaba invadida de objetos codiciados por muchos y abandonados por él.
Le daba igual quién fuera el propietario. Le satisfacía sentir la angustia de otra persona al perder algo querido. Pero, ¿qué era lo que le habían arrebatado a él?
La vida. ¡Estúpido de él! Seguía emperrado en que la gente feliz le había robado a él su felicidad. Que alguien se había llevado su suerte y su entereza. Qué ingenuo es el ser humano cuando no sabe explicar su falta.
Lo que él no entendió nunca es que conocemos la soledad después de haber tenido a alguien, al igual que comprendemos la felicidad cuando hemos vivido la tristeza. Eso era, él estaba solo porque alguien lo quiso alguna vez. Y él quiso.
Esa persona no era real. Vivía en las almas de todo inocente. Su avaricia consistía en sacarlo a la luz y guardarlo para él. Coleccionaba esa pequeña parte de su amado arrebatándoselo a los demás.
Se había enamorado del miedo.
Titubeaba en un par de notas. Sonaba algo estridente y mortal. Pero a la vez le satisfacía. Era como el preludio de un orgasmo. Primero lo hacía vibrar, e incluso temblar, pero a su vez le producía placer tocarlo.
El miedo lo amaba a él también. Lo perseguía. Había sido azotado por todos los miedos del mundo, y había sufrido en silencio. Porque le daba placer. Pero ahora alguien había cobrado su avaricia y le había arrebatado lo que más quería, tener miedo. Su amado, temer.
Ya no sentía miedo hacia nada y hacia nadie, y eso lo hacía vulnerable. En realidad el ser humano ama el miedo, es su escudo ante el vivir. Él lo había perdido, era un cuerpo sin escudo ante el dolor. Había perdido la razón por la que seguir vivo, su miedo a morir.
Su falta de miedo y su continua búsqueda lo habían convertido en una persona agresiva, susceptible ante los suspiros…y vengativa.
Ira.
Varias de las teclas de aquel gran piano habían sido partidas en ocasiones de angustia y desenfreno. Esas notas habían sentido su locura y habían sabido calmarlo. Porque tocar lo relajaba, pero ahora ese fuego interior que lo hacía sentirse cada vez más cerca del infierno, estaba azotándolo por dentro.
Gritar. Quería gritar al mundo. Gritarle al mundo su soledad, para que el mundo comprendiera la falta que hace ver el sol donde sólo habita la oscuridad, y ver la oscuridad donde nadie conoce la ceguera.
Y gritó. Tanto gritó de la furia y el enfado con la propia existencia que se rompieron todos los cristales y dejaron entrar la luz. Rápidamente tapo su cara con el brazo derecho, y con los ojos cerrados y apoyado sobre el piano, siguió tocando únicamente con la otra mano.
La furia acogida por la melodía se había relajado de repente. Solo sonaba la mano izquierda tocando en escala de fa. Lento…hasta que los acordes eran acompañados por una línea aguda que parecía más dulce y dolorosa a la vez, a la otra mano apoyada en el piano.
Y era capaz de recordar los alaridos. Eso reproducía el piano; los alaridos. El continuo gemir que lo martilleaba. Tenía algo en su interior que estaba harto de intentar escapar. Él sabía que no era un demonio. O eso creía en un principio.
Al principio intentó satisfacer su interior con objetos, con hombres, con animales. Sabía que las mujeres no querían acercarse a él por miedo, a contagiarse. ¿Podía ser una enfermedad la muerte? Él no lo quería, lo necesitaba. Si los miedos de la gente fueran mujeres, él las hubiera violado a todas.
Lujuria.Era como una bestia que rebuscaba en la juventud de la humanidad para agotar su mayor egoísmo. Y cuando lo conseguía, nacía el demonio. Nacían los alaridos. El dolor unido al placer. La sangre, la dilatación y el sudor. La respiración cortante. Y la huida.
Violaba almas en venganza porque la vida hubiera violado la suya.
Había veces en que le gustaba salir de noche a admirar el jardín descuidado de ese viejo caserón. Le gustaba pensar por qué había nacido en ese abandono, y cómo era capaz de crecer en él, de él. Se alimentaba de la tristeza, de la agonía. Y eso era capaz de saciarlo.
Sonaban notas a contratiempo en las dos manos… Sonaba el final de la melodía, el final de su historia. Pero justo cuando todo parecía morir, se le hinchó el pecho y se colocó erguido.
Recordó quién era. En qué se había convertido. Era un famoso pianista. Era mucho más. Era un negador de la luz, de la vida, de la existencia. Un negador de la razón de ser. Y lo peor de todo es que vivía orgulloso de ello.
Había sido la muerte, se había disfrazado de la mentira, se había encubierto tras los miedos, había crecido en el dolor y todavía seguía siendo pequeño ante el mundo y grande ante sus propios ojos. Se había creído grande en lo que debería creerse pequeño y se creyó pequeño en sus grandezas.
Soberbia.
Tenía un apetito desordenado de su propia excelencia. Tenía ansias y hambre de sí mismo. Y eso no era lo peor.
Tenía envidia de sí mismo, le daba pereza construirse, mejorarse; tenía hambre y apetito de sí, tenía ganas de robar su propio ser, tenía ansias por discutir con su persona y lo peor, se amaba tanto como a sus propios miedos. Él sabía que era imposible, porque si no, hubiera intentado violar su propio cuerpo.
Era un rebelde. No creía en nada ni nadie, por eso no obedecía ante ninguna ley. Ni siquiera ante Dios.
O ante el demonio.
La melodía lloraba. Varios cortes y silencios recordaban a la respiración y el ahogo de una persona que se lamenta. Daba la cierta sensación de que todos sus sentimientos de culpa habían sido encerrados entre las teclas de ese viejo piano; y que era el piano el que lloraba ante su mirada áspera y ante sus manos, las que nunca se lavaba tras sus pecados.
Seguía sonando la melodía de su vida. Seguía sonando su corazón al mismo tempo que las notas marcaban el compás. Fue entonces cuando miró al piano con cara de nostalgia y comenzó a hablar mientras seguía manejándolo.
“Me has ganado. Tú y la vida. Tú y la sociedad. Quería dejar de ser uno más arrastrado por los miedos, a seguir la corriente. Quería ser un desconocido que conoce, y no alguien con el que todo el mundo se identifica. No quiero ser el futuro. Quería ser distinto y no me di cuenta de que cuanto más me alejaba del juego de la vida, mas ella me estaba vacilando. ¿Qué juego? El de aprender. El de aprender de ella todo lo que se pueda. Me has ganado.”
Sonó un silencio. Y se rompió otro cristal. Y luego otro.
Se estaba destruyendo su casa al igual que se destruían sus emociones y sus ideales. Se estaba desmoronando su vida.
Un huracán atizó la vivienda rasgando las tejas y haciéndolas volar. Todo en su interior volaba, todo corría; huía. Todo parecía estar huyendo de su vida porque algo iba a acontecer.
Las paredes volaban, y los muebles daban tumbos por la casa. En cambio él seguía sereno y sin moverse, tocando el piano.
“Destrúyeme. Quiero conocer el infierno y que me ardan los pies cuando lo toque. Quiero ser juzgado. Quiero ser juzgado por toda la hipocresía del mundo acumulada. Quiero sufrir el calor. Y el frío. Quiero sufrir la maldad. Quiero conocer al diablo y reírme en su cara.”
Deseaba la muerte. Hacía mucho que los gusanos habían invadido su cuerpo y él no soportaba más la razón de seguir vivo. Deseaba morir y ésta parecía la mejor excusa.
Todo fue arrasado y todos sus pecados se le vinieron encima. La envidia, la pereza, la gula, la avaricia, la ira, la lujuria y la soberbia. Todos lo aplastaron en forma de tableros, de muebles y de ramas de árbol.
Debajo de toda esa multitud de objetos, todavía sonaba el final de una melodía. Y en el último suspiro pensó que sólo moriría en paz si terminaba aquella obra con la nota que nunca conseguía pulsar. Y entonces sonó.
No se equivocó. Simplemente sonó. Fue perfecta.

Y no murió.
Una carcajada sonó en el mundo; no era Dios, no era el diablo.
Era la Muerte que se reía. Era la misma Muerte que la Vida.
Y dijo la Muerte, y dijo la Vida: Ésta, es mi venganza. 

Por Main Stanich 

sábado, 13 de abril de 2013

Creía que no existías


Creía que por mucho que buscara no te encontraría nunca, que no era cierto que todo lo que soñamos se pueda cumplir,…porque tú no te cumplías.
No sé si te conozco, si ya te conocía, si te conocí en algún momento o si tengo que reconocerte en algo o alguien, pero sé que estás ahí. En algún lugar, haciendo de nuestra vida algo bonito aunque ninguno de los dos lo sepa todavía. Construyendo mi felicidad más cerca de la tuya aunque todavía no sepas que existo.
Creo en ti. Creo en que vendrás y destruirás todas las barreras que el mundo ha construido a mi alrededor, porque sabes que lo necesito. He comprado un bate de baseball para destruir las tuyas. He comprado expectativas para destruir las tuyas. He encontrado un sueño con el que no volverán a crecer.
Todavía no sé si existes, no sé si eres real.

Me da igual.

Gracias por estar en algún lugar del mundo.

Por Main Stanich

17 Agosto 2010

martes, 2 de abril de 2013

Vacío.






El vacío es un ente superior que a veces nos destruye. Inunda vidas y personas y explota desde dentro. Tiene la capacidad de aspirar todos los recuerdos y las esperanzas de la gente, la capacidad de rondar el desenfreno.

El vacío interior me lleva a la nada. Me gusta cuando no existe porque entonces PRODUZCO, soy un ser que va hacia delante y no hacia los lados. Me hace volverme otra, ¿y quién es esa otra si no soy yo? ¿Quién es mi yo cuando ni yo puedo ser? A veces confundimos nuestro yo y lo que queremos ser.
A veces llamo ‘yo’ a lo que únicamente es una parte de mí. El resto lo desprecio. Me desprecio. Quizá la parte del vacío sea super importante para aprender a llamarme. Quizá sea vital para crecer y por eso nos vaciamos y nos llenamos continuamente. Para renovarnos.

Quizá una parte de mí, está escribiendo sobre la otra.

Quizá sé quién soy cuando no soy, y quién no soy aunque lo esté siendo. Y me tacho, me elimino, me destruyo y me reconstruyo. Hermosa manera de volver a mí. Una y otra vez volver a escribirme sobre mis propios borrones y sobre mis propios fracasos.

Algún día seré blanca, como el tipex,  algún día.

Solo sé una cosa, prefiero verme medio llena que medio…

Por Main Stanich
16 de Septiembre de 2013

lunes, 18 de marzo de 2013

Valor


A Carlos y Alejandro:

Soy especialista en pensar que la edad no importa, no importa para creer, para crecer, para conocer, no importa la edad que tengas para ser alguien.

Ayer me enseñaste que no importa la edad para poder estar en todas y en cada una. Para poder reírte como un niño y hablarme como un adulto, para poder ser mi padre, mi hermano y mi hijo. Mi cabeza olvidó contigo con quién hablaba, si tenías veinte o treinta años o si eras bebé o anciano. La virtud te guarda en todas ellas. Me hiciste recordar que hay gente que a tu edad aprende a valorar las cosas mucho más rápido que con la mía.

Valórame.

-¿Qué precio me pones?
-Treinta monedas de plata.
-Que sepas que aún hay gente que puede ponerme un precio.
-Eso es que no te conocen y no te valoran.
¿Puede valer cada parte de mi vida una moneda?
Esta moneda vale cuando aprendí a caminar, y nunca dejé de hacerlo, vale lo que cuesta dar un paso detrás de otro. Vale lo que se sufre desconociendo el siguiente paso y lo que cuesta darlo.
Hay mil monedas que valen mis caídas. Los errores, los fallos, las veces que tropiezo y que necesito alguien para levantarme. No creo en los errores, no creo en que estén mal, creo únicamente en lo que se puede aprender de ellos.
Esta moneda vale las veces que me he levantado. Las veces que he recordado lo feliz que fui cuando sonreí a a la existencia, lo feliz que fui cuando después de tener las rodillas llenas de barro, tuve las manos con las que me he levantado, y tuviste las tuyas por empujarme a ello.
Hay una moneda que vale lo que nadie ve de mí. Lo que la gente no descubre antes de marcharse de mi vida. ¿La recuerdas? Hablamos de ella. Esa moneda que se guarda en la paciencia, y que todo el mundo quiere conocer, pero nadie espera a hacerlo. Esa moneda que se esconde tras una cortina llamada ‘juzgar’, tras el creer no valer más y no tener la suficiente fuerza como para buscarla. Ayer tú descubriste esa moneda, y yo podría vender por mil la tuya.
Porque demostraste ser feliz, tener capacidad para ello y sobretodo ser consciente de ello, cuando la mayoría no somos capaces de asumirlo, o no queremos. Mi mente descansa ahí y tanto se relaja que no puedo ni pensar que realmente lo soy, que ayer hablando contigo lo era, feliz. Y que aún hay gente que busca por serlo, y quiero conocer y descubrir a todas y cada una de las personas que lo intentan.

Por Main Stanich

18 de Marzo de 2013

lunes, 14 de enero de 2013

Reflejos













   A veces me enamoro del aire.  ¿No os pasa alguna vez? Alguna vez me enamoro de una imagen que no existe dentro de una persona, de algo que es volátil y que viene y se va tan rápidamente que no soy capaz de entender dónde estuvo.

   A veces me enamoro de mí misma, de mi propia imaginación y le pongo tu cuerpo, tu cabeza, tu sentido común; pero sigues teniendo mi alma. Sigues luchando con mis mismas armas y mis mismos escudos, para que no sepa que no eres tú, que sigo siendo yo. Para que nunca gane.

Me cago en la puta.

A veces todo es mentira. Mírame, soy estúpida. A veces me ato los cordones de los zapatos y me caigo sola contra el suelo. No me hace falta nadie más para caerme. Lo malo es que siempre necesito a alguien para levantarme.
Pero como eres de aire, sigo en el suelo.

Me cago en la puta.

A veces me beso en el espejo. El narcisismo es como llamamos a nuestra relación. Yo soy más tú, tú eres más yo, no seas más yo que tú ni yo más tú que yo. No seas más nadie que tú misma. No te pintes, no te escondas, no te tapes para que no te vean. Eran los complejos. Tus complejos, mis complejos; tus complejos me hacen daño, mis complejos te atormentan, tus complejos me destruyen; mis complejos te hacen fuerte como para poder machacarme.

Me cago en la puta.

No quiero seguir buscándote en el espejo, porque entonces es que no te encuentro. ¿Y llevo una vida buscando una satisfacción del género contrario en un reflejo del espejo? No hago el amor restregado, no hago el amor reflejado ni hago el amor con mi cuerpo, lo hago con lo que no tengo. Un propio yo como para que no te busque. ¡Si no me encuentro!

Si mis complejos me han tapado, me han hundido en un recuerdo, ¿cómo quiero saber dónde estoy y a dónde he ido?. ¿Cómo con tanto maquillaje, tantas mentiras y tanto olvido, voy a saber bien lo que he sido?

Te reto a encontrarme.

Soy cualquier mujer.

O cualquier hombre.

Main Stanich.