jueves, 13 de febrero de 2014

Querido desconocido:







En un segundo…

Me agarraste la mano.

Miré la angustia que me ofrecían tus ojos, que sin saber nada de mí fueron capaces de responder a tantas preguntas sobre mí como ni yo misma era capaz de responder. ¡Me conocías!

A veces miro a alguien y recuerdo algo que no he vivido, algo que todavía no he comprendido, algo que todavía no me has enseñado. Te miro a los ojos y soy capaz de ver lo que no eres. Lo que todavía no eres, la persona que no has llegado a ser todavía, por miedo.




Miedo.

Y me miraste.




Miedo.

¿Me tienes miedo? ¿Tienes miedo a conocerme? ¿Tienes miedo a reconocerme? ¿A reconocer tanto de mí en tu propia persona como para terminar por aborrecerme? ¿Miedo a ser tú? ¿A ser yo? ¿A ser nosotros?

Entonces fue cuando miraste a otro lado. ¿Por qué? Yo sé por qué. Te da miedo sentir, te da miedo ser sentido. Te da miedo que te toque y estremezcas, te da miedo no ser capaz de dejarlo cuando empiece, te da miedo olvidar quién eres mientras me sientes. Te da miedo sentir nostalgia cuando dejes de hacerlo…

Yo no fui, no fui yo quien te agarró la mano. Violaste mi intimidad tanto como deseas violar mi cuerpo, violaste mi alma tanto como deseas violar mi libertad. Pero nada ni nadie puede violar mi libertad, porque no soy capaz de mantenerme fija más de un segundo en el mismo sitio. Ni un segundo; ni un segundo en tu ojo, en tu mente, en tu memoria…

Te he sentido. Por un segundo te he sentido, te he esperado, te he creído, he confiado en ti, te he apoyado y me has hecho añorar…por un segundo has entrado en mi vida y la has cambiado. Hemos soñado juntos durante nada más que un segundo y has entrado en mi cuerpo y me has hecho volar… durante un segundo.

Y entonces fue cuando me dijiste:

Adiós…

Te vi seguir andando hacia delante por la calle con la mirada fija en mí…y desapareciste entre la multitud…

Entraste en mi vida por un segundo y supiste hacerme feliz; desconocido. Pero me has enseñado que no importa el tiempo que estuvieras dentro de mi vida, sino la huella que has dejado en ella, el respeto con que me has tocado y la nostalgia con que me has mirado.



A veces vale más un segundo… que toda una vida juntos.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Madre.

Es curiosa la manera en que ELLA me educa. ¿Cómo fue así y no de otro modo? Simplemente dejó a mi libre albedrío lo que puedo o no puedo hacer y luego...esperó. Lo que yo no sabía en un principio es que eso no es solo lo que puedo o no puedo hacer. Es dejarme pensar a mí, una niña y no a ella, lo que debo o no debo hacer; lo que debería establecer un adulto. Y ahí estaba yo decidiendo y aprendiendo, y tomando las decisiones más difíciles de mi vida.

      No es dónde está el límite, sino dónde está MÍ límite. 

Sólo me lo pongo yo, nadie más. Y es ahora cuando paro y veo cómo yo planté mi límite y con los años y la costumbre lo he ido moviendo poco a poco, y no he podido verlo. Hubo un límite. Existe.
Yo no lo ví y lo salté con el mío. Ahora lo veo y lo reconozco, y me martirizo. Esto es a lo que me educaste, mamá, a CONTROLAR el límite.
Ahora soy más fuerte y más débil a la vez. No puedo conmigo pero me soporto, ahora solo controlarme y está hecho. A por ello.


A por mí.


Por Main Stanich