miércoles, 19 de mayo de 2010

Silencio...


Qué amarga era su vida y qué angustiosa su mirada. Qué silencio se escondía en sus palabras. Jamás tuvo esa idea en su cabeza pero ahora lo pensaba, no era feliz. Caminaba siempre en dirección a ninguna parte; por la calle e incluso por su cabeza. Estaba harta de mirar a su alrededor y que nada cambiase, nada fuese diferente; ni igual a esos tiempos que nunca vuelven. ¿Por qué la vida siempre se estancaba en los peores momentos? Y se hacen eternos. ¿Por qué cuando miraba atrás se daba cuenta de que todo lo que vivía, era mentira? Estaba harta de ello, harta de luchar, harta de sufrir, estaba harta.
Cuanto más caminaba, más cuenta se daba. Llegaba a casa. Silencio, oscuridad, soledad, y un llanto que se repite en su cabeza. Él lo había matado. La razón de su existencia...él se la había arrebatado. Todas las noches miraba la cuna, de su pasado. Estaba vacía, porque todo lo que ella mas quería, él se lo había arrebatado. Su niño, su sonrisa, sentir que todos los problemas se podían solucionar solo al verle reír o llorar; y cómo se fue sin hacerlo. Lo último que ella vio, fue cerrarse sus ojos, sin siquiera habitar los gritos, solo el silencio. Y todavía perdura. Ella sigue entrando en casa escuchando como su niño llora, pero solo se oye...el silencio.
Ella no podía sonreír, no podía seguir así. Limpiar, planchar, lavar, y ¿qué? ¿Cuándo le tocaba a ella vivir? Su marido volvía a casa tarde de trabajar y pasaba por el salón sin decirle nada, se iba directamente a soñar. No sé si también sus sueños eran crear pesadillas en las vidas de los demás. Con ella lo había conseguido. Lo peor eran las noches que él venía borracho. Silencio.
Era incapaz de llorar, era incapaz de hacer nacer un gesto en su cara. La ilusión le había abandonado. Su mirada era triste; nunca miraba a ningún sitio en concreto, al vacío. Sus párpados caídos, su sonrisa acallada, y sus ojos dejaron hace mucho de expresar su mirada. Estaba cansada, cansada de vivir. Pero cansada no significaba que se hubiera rendido todavía.
Tenía miedo, tenía miedo a seguir viviendo, a morir cada día y no morir ninguno, a que el tiempo le dejase heridas que nunca cicatrizan. Bajaba al parque a observar a los demás niños.
A su lado estaba sentada una niña, callada y que miraba al suelo.
-¿Qué te pasa?
La niña le sonrió y entonces ella descubrió que la pequeña lloraba.
-Mi papá se ha ido al cielo.- silencio.
Una mirada de terror es lo único que mostró su cara, pero la niña siguió sonriendo.
-¿Sonríes?
-Si la vida no te sonríe- dijo la niña aún llorando- sonríele tú.
Le faltaba fuerza, esa fuerza que una niña había demostrado antes que ella.
Caminaba hacia su antigua casa, un piso en lo más alto. La casa era muy antigua y estaba vacía. Pisaba muy fuerte cada escalón porque chirriaba. Cada escalón era un día, y cada piso un año más. Iba viendo los cartelitos que enseñaban el piso en el que se encontraba. "Primero".
¿Por qué si miraba atrás en su vida solo era capaz de ver las cosas malas? Solo era capaz de recordar a sus padres discutiendo, y a su madre llorando una y otra vez. El primer día de octubre de su primer año en el colegio, su padre murió en un accidente. Llovía esa noche y ella esperaba como todos los días en la puerta a que su padre viniese a acostarla, pero ese día era especial. Era su cumpleaños. Era el día en que nada importaba más que ella. Sonó el teléfono. Silencio.
Su cumpleaños no volvió a recordarse en su casa. Nadie quería recordarlo. Ella dejó de ser lo importante, para pasar a ser el olvido. Su madre, una mujer alegre y vital, pasó a ser una mujer fría y estancada en un pasado quebrantado. Su madre no volvió a ser la misma. Desde entonces ella tuvo que aprender a vivir por sí misma.
¿Alguien le preguntó alguna vez si quería madurar antes? Quería ser niña, pero no le dieron la oportunidad. ¿Alguien le dio a elegir? No. ¿Alguien le preguntó alguna vez si quería ejercer antes como madre que como hija? No. Nunca tuvo un cumpleaños, porque nadie se acordaba. Ella lloraba por las noches. No es que no la oyesen, es que no querían escucharla.
Agarraba muy fuertemente la barandilla. Cada vez era más duro seguir subiendo, cada vez costaba más. Cada vez los pisos pesaban más, porque todas las preocupaciones estaban asentadas en las anteriores; un piso encima de otro, no deja curar lo que hay debajo.
"0ctavo". Su respiración era más jadeante, estaba cansada. Cuando tenía diez y ocho años, encontró una carpeta mientras limpiaba un cuarto. Eran unos análisis y unas pruebas. Además había una factura del taller donde había ido a parar el coche del accidente. Pero no había sido mandado allí por destrozo, sino para venderlo. A ella le habían explicado que el coche se desarmó en el accidente. Todo mentira. Llevaban tantísimos años mintiéndola. Silencio.
También encontró una nota. "Estoy harto. Cuídala". Su madre también le mintió a él, porque no la cuidó. Ahora lo entendía todo y todavía no quería entenderlo.
Ella tosía muy frecuentemente, pero cada vez era peor. "Vigésimo".
Tuberculosis. Su padre tenía una enfermedad que ya no podía aguantar más, y no aguantó. Ella tampoco creía poder hacerlo. Con veinte años conoció a su actual marido. Ella había sido tan feliz con él. Aún seguía dudando si lo quería, eso era lo peor de todo. Había sido capaz de amarlo y él la engaño diciendo que la quería. Estaba harta de tantas mentiras. Incluso harta de mentirse a sí misma, de tenerse miedo, de no poder llorar, de sufrir. Pero quizá esa no fuese la mejor manera.
Vio el número veinticinco dibujado en la tablilla, el mismo número de sus mismos años, el número de la casa donde había vivido antes de irse, y ese número, era el último de todo el edificio. El último de toda una vida; y ahí estaba ella, con las llaves en la mano. Temblaba, pero cogió fuerzas y abrió la puerta. Tiró todo al sofá y se encaminó a la terraza. Abrió bruscamente las ventanas y salió fuera. Daba igual cuánto ruido hiciese, nadie la escuchaba. Nadie la escuchaba nunca.
Se agarró a la barandilla que estaba helada, pero sus manos sudaban. Seguía recordandolo todo. La persona que lloraba a su lado le decía, "quéjate, pregúntate ¿por qué?, mira que vida has tenido, ¿realmente crees que te la merecías?". La persona que se ríe le está diciendo que es alguien que no vale nada, que no se puede levantar sola, ni caminar sin ayuda. La persona que sueña le dice "déjalo, no es cierto, no ocurrirá. No pasará todo, no hay salida". La persona que piensa le dice, "¿por qué? ¿Para qué? Nada de lo que has hecho te ha servido para nada". La persona que la señala dice; "Sé lo que piensas: ¿por qué lo hicieron? ¿No había sufrido ya demasiado?". La persona que la mira, esa que muestra esa cara de terror le dice: "Hazlo". Entonces se sienta en el suelo. Está indecisa. Todas esas personas que están a su lado, es ella misma que se está dividiendo para darse consejos. Llora, ríe, sueña, piensa, se calla y por último mira el final. Saca de su bolso un paquete de toallitas húmedas, y se quita el maquillaje que lleva en la cara y el que lleva por el brazo, para dejar al aire todas esas marcas que le deja él cuando viene borracho. Todas esas heridas que nunca cicatrizan, todos esos moratones que se pueden tapar pero no esconder. Entonces mira otra vez el fondo y se dice "yo soy mas valiente, creen que no lo hago pero yo puedo". Se engaña, tiene miedo, cree que cuesta mas quitarse la vida que seguir adelante con ella. Vuelve a sacar un pañuelo, pero esta vez tose otra vez y otra. Entonces mira el pañuelo y ve sangre, silencio.
Tuberculosis. Sabe que no le quedaba mucha vida por delante, o sí. Había algo que echaba de menos, llorar. Una vez le dieron a escoger entre llorar o vivir. Entonces fue fuerte, pero ahora eso ya no funcionaba, porque moría poco a poco y seguía queriendo llorar. Agarró la barandilla fuertemente, muy fuertemente y miró al vacío. Silencio, solo se oía el silencio. Entonces recordó algo que le dijo aquella niña que se había encontrado en el parque:
-No dejes que el silencio se lleve tu vida.
Qué razón; y comenzó a llorar. Y nunca paró. Y ahora ¿qué? ¿Deciros que ella pasó de ser vida, a ser aliento, a no ser nada?
No.
Ella venció el miedo, el miedo a vivir. Cuesta más vivir que dejar de hacerlo. Morir todo el mundo sabe, pero vivir es realmente un reto; y esta vez, ella lo había conseguido. Se deja de engañar, la vida es dura pero está para vivirla. Buscamos héroes en la televisión, los cómics y los cantantes; y no nos damos cuenta de que los héroes son gente como esta chica, los héroes son las personas que están luchando cada día por sobrevivir.
-Voy a luchar por las cosa que de verdad me importan, por los recuerdos que todavía me quedan. Por las sonrisas que no he visto todavía. Voy a sonreír, siempre hay alguien que lo esta pasando peor que yo y está luchando. Voy a sonreír, porque cada vez que una persona sonríe, salva la vida a otra. ¿Cómo puedo ser feliz mirándome al ombligo? La felicidad se encuentra en los demás. Yo por mí misma no desprendo ninguna felicidad, mas que la que los demás construyen cada día en mí, si yo me dejo construir. Debo sonreír porque las personas sonrían. Y hacer de las demás vidas, todo lo que no fue la mía."
Ella sonreía, lloraba y sonreía, gritaba y sonreía. Había superado todo, y pensaba levantarse una mañana y mirar alrededor, y darse cuenta de que todo tiene un sentido, todo ocurre por algo; porque si al final todo acaba mal, es que no es el final. Y en esta ocasión era así.
Sí, ella murió a los dos años, no sobrevivió a la tuberculosis, pero sí al silencio. Fue capaz de superarlo, y darse cuenta de que el mundo le estaba gritando su ayuda, y ella no había querido escucharlo.
Por las injusticias en el mundo, por todos los llantos que pudieron ser acallados, porque no hay grito que más se oiga, que el que no se escucha.


Por Main Stanich.

Piedra.


Te toco y estás fría. Te toco y cada vez te siento más lejos. Te toco y recuerdo que no queda nada dentro de ti.
Rabia.
Juzgaste mis problemas y no fuiste capaz de resolver los tuyos. Creo que yo era uno de ellos. Creo que debía ser lo más hermoso que guardaran tus brazos y jamás fuiste capaz de abrazarme. Creo que quererme no era tan difícil. Preferiste no hacerlo.
Fue tu decisión, no la mía.
Noto la brisa y me echa una vida entera encima. Me echa tu maldito y asqueroso recuerdo. Echa tu perfume. Por eso no te olvido…tampoco quiero. Pero los recuerdos se guardan, no se subrayan. Los recuerdos están para aprender y apartar. Aprender y apartar. Nadie sabe hacerlo.
Te toco y estás fría. Fría y dura como lo has sido siempre. Guardada bajo tus rencores y tu malicia; bajo tu falta de fe sobre el mundo, sobre ti, sobre mí. Guardada bajo tu desconfianza.
Desconfiar es perder el rumbo.
Tú fuiste capaz de perder el rumbo que yo había conseguido encontrar con menos edad que tú. Soy tu cuerpo y soy tu sangre, llevo tu alma tatuada en la mía. Y todavía tengo miedo de ser más tú que yo, como tú fuiste más el mundo que nadie. Un mundo cobarde. Un mundo que no se arrepiente de ser débil, de vencerse ante los problemas como si los problemas fueran más grandes que él. Un mundo que tiene ansias de dejar de vivir y hace lo posible por dramatizar su existencia.
¿Qué clase de mierda somos?
¿Qué clase de mierda llevabas dentro cuando decidiste que los problemas desaparecerían cerrando los ojos y dejándote llevar? ¿Qué clase de mierda llevabas dentro cuando decidiste abandonar tu mayor problema; a mí?
Me estabas poniendo a prueba, estabas deseando que tu maldito recuerdo me hiciera perder el rumbo y creer ser tú por un segundo, para llevarme por el mismo camino por el que desapareciste tú; pero te equivocaste. ¿Sabes por qué? ¿Sabes cuál era la diferencia?
Que yo te quería.
Fue mi decisión, no la tuya.
Decidí querer a lo único que me hacía mal, a lo único que me intentaba destruir continuamente, porque me hiciste el mayor favor. Enseñarme quien no debo ser, quien no quiero ser, quien no soy. Siendo tú me enseñaste a ser yo. Me enseñaste lo que quería y lo que no. Y no puedo más que amar a mi mayor profesora.
Te toco y estás fría. Pero aun así te abrazo. Congelo tu frialdad con la mía y alimento la mía con la jodida piedra de tu lápida. He venido. He venido para recordar que las piedras se pueden romper, en mi mente la destruyo todos los días. En la realidad solo la abrazo.
En mi mente la rompo en pedazos para recordarme continuamente que lo que se reduce a piedra, se puede destruir, ha sido derrotado.
En la realidad la abrazo para recordarte que esta vez, yo he ganado.

Por Main Stanich.