jueves, 17 de junio de 2010


Juguetes.
Crecí. Yo no quería.
Crecí. Prometo no seguir haciéndolo.
Crecí ; y se me echaron encima los recuerdos y hacienda.
De pequeña desconocía el final; el final de todo. El final de los cuentos, el final de las películas, el final del bote de café, el final de la magia del televisor, el final de la nevera, el final de la semana, el final de la cartera, el final de los hombres, de las mujeres, el final de las esperanzas, el final de la botella, el final del amor, el final de la tierra, el final de la memoria…
De pequeños nos enseñan que los sueños no se cumplen nunca. Que se lo digan al Disneyland París que jamás he pisado o al Ratoncito Pérez que resultó ser mi padre que venía por las noches a meterme una moneda bajo la almohada, haciéndome creer de verdad en la existencia de un “hombre del saco” que me visitaba por las noches.
Pero de todos modos, nunca debemos creer todo lo que dicen los adultos. Los sueños sí se cumplen, pero todo tiene un precio, y a medida que te haces mayor te das cuenta que ese precio ya no se puede pagar ni con los billetes del monopoly ni con las fichas del casino, sino que se paga o con dinero o con ofrecimientos de carácter carnal. Y con lo último, hasta puedes pagar un genio que conceda deseos.
Crezco con cada problema y cada lavadora; con cada vez que pienso que las cosas pueden resolverse y me esmero en hacerlo, o cada vez que tengo que poner los pies en la tierra ( y luego limpiarla). Crezco con cada hombre que pasa por mi cama y cada vez lo siento menos, hasta que me acompañe de gatos que me ofrezcan más compañía que ellos.
Crezco cada vez que te veo llorar. Crezco siglos cada vez que te veo llorar. Muero cada vez que lo haces y ya no lloro contigo. Porque me han curtido las experiencias y todos los agujeros que he cosido en la punta de los calcetines. Me he pinchado mil y una veces con la aguja del destino, y he sangrado. Y cada día que pasa más me doy cuenta de que coser, es un error.
Yo no quiero crecer. Yo no quiero ser menos hoy, que mañana.
Quiero comprarme un furby y que me enseñe él a hablar, y no al revés. Y comprarme unas cocinitas de las que no necesitan pasar por el lavavajillas. Quiero construir edificios con lego sin preocuparme de la flexión de las vigas, o de si los bloques se unen por mortero o por salientes redondos que encajan entre ellos. Quiero comprar un puzzle y resolverlo encima de mi mesa y no dentro de mi cabeza y con la ayuda de la agenda. Quiero tener un bebé que mee cuando le apriete de un brazo y no estar pensando en dónde comprar los pañales. Quiero jugar a los médicos y no que los médicos jueguen conmigo...; o poder comprar uno nuevo, cuando mi ken pierda la cabeza.
Quiero jugar, quiero comprar todos los juguetes y tirarlos cuando se rompan sin tener que hacerlos pasar por el hospital, el mecánico o la tienda…Quiero tener una vida de plástico y comer comida que esté pegada al envase, para conservar el cuerpo de barbie. Quiero olvidar crecer dentro de un barco pirata que navega gracias a unas manos, y que no me crezca el pelo cuando una niña pequeña decida cortármelo.
Quiero ser siempre ayer y nunca mañana. Para olvidar que existe el pasado o que hay que pensar en el futuro…pero crecí…yo no quería. ( Y mi agenda informa de que hay que tachar otro día).
Por Main Stanich.

sábado, 12 de junio de 2010

Queso.


Da igual el color de nuestra piel; seamos negros, blancos, morenitos…todos nos ponemos amarillos.
Da igual que tengamos memoria fotográfica, lingüística, emocional o a corto plazo…porque todos tenemos agujeros.
Da igual que seamos niños, adultos o ancianos…todos seguimos fermentando.
Da igual dónde naciéramos, lo que vivimos, o lo que somos…porque por mucho que nos guste decir que somos distintos…a todos nos gusta el queso.
Porque da igual cuánto nos guste decir que tú no eres yo y yo no soy tú. Porque yo tampoco soy la misma “yo” todo el rato; ni tú el mismo “tú” desde que naciste. Porque cambiamos, fermentamos en la vida, envejecemos, crecemos, nos degradamos con las enzimas de nuestra larga existencia. Y no siempre somos el mismo queso. No siempre somos queso. No siempre somos persona.
Yo hoy no soy persona. Hoy me levanté y decidí que era más esponja, más zapato y más raqueta que queso o que persona. Porque a todos nos toca ser queso. A todos nos toca saciar el hambre o acompañar un bocadillo, como se acompaña en la soledad o se sacia el deseo. A todos nos toca ser comida de ratas y ratones. A todos nos toca ser perforados por el sufrimiento, por el hambre y por los dolores de barriga. A todos nos ponen verdes cuando caducamos.
Porque todos amanecemos un día y queremos ser mucho más; porque todos queremos llegar a ser alguien mejor, tener una personalidad más consistente y una base hecha de harina…todos queremos conocer un futuro desconocido, experimentar una nueva vida y adentrarnos en un nuevo horno para salir en forma de tarta de queso y que nos cubran con una deliciosa capa de mermelada de arándonos llena de orgullo.

Por Main Stanich.

sábado, 5 de junio de 2010

Huyo de tu recuerdo, y también recuerdo tu huída...


Llevo tu carta en mi bolso…
Hoy era uno de esos días en que tenía que llegarme una carta recordándome quién eras y quién ya no eres. La he abierto, la he mirado y la he guardado como si nunca hubiera existido.
He visto el tiempo, el tiempo que ha pasado a nuestro alrededor. Y la distancia.
Yo te amaba. Eres la única persona a la que he amado nunca y no puedo recibir una carta así un día 7 de abril en mi buzón. No puedo. No puedo abrirla y no recordar que ya no amo a quien me escribe. Era más feliz no recordándolo.
Tú mejor que nadie sabes qué es lo que pasa cuando haces eso. Salgo corriendo de casa lo más lejos que puedo y las ganas de llorar se convierten en patadas contra el primer contenedor que encuentro; y cuando ya no me quedan fuerzas, saco las tizas del bolso, esas que tanto te gustaba que llevara siempre encima, y escribo en alguna pared: ¿Dónde estás?.
Tengo esperanza de que no hayas muerto. Alguien me sigue mandando cartas y a alguien le respondo, pero no sé dónde está la persona que conocía y me tenía encandilada. Y tú solo sabes hablarme del maldito pasado…Ya no recuerdo el pasado.
La foto que me has mandado no me hace echarte de menos porque un día pedí un deseo y me lo cumplieron: no echarte de menos.
No quiero que cada vez que me escribes seas alguien más lejos de mí, y que cada vez tengas menos cosas que contarme, y que como tú dices, ya no sepas cómo hablarme…
No voy a volver a mirar al buzón con la esperanza de encontrarte en él, porque esta vez has desaparecido del mundo. Si es difícil entender dónde van a parar las almas de la gente cuando mueren, que alguien me diga dónde se esconden las almas de la gente que únicamente cambia por completo y desaparece…
Te quería tanto…

Por Main Stanich