sábado, 12 de junio de 2010

Queso.


Da igual el color de nuestra piel; seamos negros, blancos, morenitos…todos nos ponemos amarillos.
Da igual que tengamos memoria fotográfica, lingüística, emocional o a corto plazo…porque todos tenemos agujeros.
Da igual que seamos niños, adultos o ancianos…todos seguimos fermentando.
Da igual dónde naciéramos, lo que vivimos, o lo que somos…porque por mucho que nos guste decir que somos distintos…a todos nos gusta el queso.
Porque da igual cuánto nos guste decir que tú no eres yo y yo no soy tú. Porque yo tampoco soy la misma “yo” todo el rato; ni tú el mismo “tú” desde que naciste. Porque cambiamos, fermentamos en la vida, envejecemos, crecemos, nos degradamos con las enzimas de nuestra larga existencia. Y no siempre somos el mismo queso. No siempre somos queso. No siempre somos persona.
Yo hoy no soy persona. Hoy me levanté y decidí que era más esponja, más zapato y más raqueta que queso o que persona. Porque a todos nos toca ser queso. A todos nos toca saciar el hambre o acompañar un bocadillo, como se acompaña en la soledad o se sacia el deseo. A todos nos toca ser comida de ratas y ratones. A todos nos toca ser perforados por el sufrimiento, por el hambre y por los dolores de barriga. A todos nos ponen verdes cuando caducamos.
Porque todos amanecemos un día y queremos ser mucho más; porque todos queremos llegar a ser alguien mejor, tener una personalidad más consistente y una base hecha de harina…todos queremos conocer un futuro desconocido, experimentar una nueva vida y adentrarnos en un nuevo horno para salir en forma de tarta de queso y que nos cubran con una deliciosa capa de mermelada de arándonos llena de orgullo.

Por Main Stanich.

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