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Me miraste, lo que yo no sabía es que sería la última vez que lo hicieses. Había algo que te carcomía por dentro y tú no me querías decir qué era. Preferías que sufriese en silencio. Cada día te veía peor, como si las enfermedades fuesen el envejecer de una vida. Estabas un poco cansado de luchar, ¿verdad? Cada día la amargura te podía mas, cada vez el silencio se hacía mas intenso. Cada vez me escondías mas cosas. Y yo seguía mirándote y odiándote por todo esto. Cada vez tus fuerzas eran menos y cada vez te costaba mas fijar la vista a todo lo que te rodea. Una vista nublada en una vida tan clara. Así fue como un día dejaste de ver, ya no solo con la vista, sino que despreciaste todo lo que tenías. ¿No era más fácil morir sonriendo? –No-respondiste. Eso era lo mas difícil. Las arrugas en tu cara cada vez eran mas profundas, y no las que se ven a simple vista sino las magulladuras que deja una enfermedad al otro lado del espejo del baño. Tú eras mi interior, esa parte de mí que nunca quiere salir. Yo quería ser feliz, todavía lo deseaba, pero tú me estabas constantemente agarrando para que todo lo que marca una vida destrozase mis sueños. Me da igual lo que pienses, yo moriré feliz; porque una enfermedad es solo enfermedad si tú quieres que lo sea. En ese momento tú desapareciste conmigo y solo quedó de ti, mi cuerpo reflejado en las baldosas del baño. En ese momento supe que nunca volvería a mirarme al espejo.